Dicen que todo tiene dos caras, la buena y la otra mala. Parece ser que los recuerdos no podían ser menos. Aunque parezca extraño, un buen recuerdo puede desgarrar a la vez que da felicidad. Todos tenemos recuerdos, recuerdos que son lo que fuimos y en ocasiones, nos ayudan a recordar quiénes somos. Una persona sin recuerdos sencillamente no es una persona.
Los buenos nos hacen sonreír, y los malos nos recuerdan aquella vez que erramos y nos ayudan a corregir de ahí en adelante. Pese a todo, he de admitir que hoy los recuerdos pesan por ser demasiado recientes. El destilar del tiempo es el único capaz de adelgazar esos recuerdos, de hacerlos livianos y agradables, convertirlos en una suave brisa que acaricie mi rostro con una infinita sonrisa dibujada claramente en él por saber que te tengo. Son recuerdos increíblemente buenos, incluso son de aquellos que necesito diariamente para saber quién soy y por qué me levanto cada mañana.
Se trata de la brevedad de la cual dispongo para guardarlos en mi interior. No están ordenados ni callados, están levantados y gritando, están excitados y encendidos, ardiendo más que el fuego. No sé si necesito cien minutos o cien horas para aplacar sus voces, pero enmudecerán pronto porque yo lo haré posible, y entonces pasarán a ser un recuerdo, magnánimo, intransferible e inexorable. Serán como gotas de agua apresadas en finas ramas, que brillan a la luz del Sol y se convierten en perlas, más preciosas que las de verdad, más valiosas que ninguna joya que exista en el mundo.
Serán la banda sonora de mi día a día, a veces tenue y relajante, otras dinámicas y retumbantes. Pausadas cuando cierre los ojos y quiera soñar, enérgicas cuando quiera fuerzas para correr o simplemente aguantar en pié. Lo que nadie puede pedirme es que no se humedezcan mis ojos mientras trato de recordar cuando lo que recuerdo fue mi vida de ayer. Que me esconda tras mi mejor sonrisa sólo es consecuencia de mi complicada manera de ser.
Si creéis que soy especial, lo soy por vosotros, si logro asomar la cabeza en este mundo para ser alguien en él, será gracias a que sé que vuestros ojos me están mirando y que desde allí vuestros brazos están abrazándome. Lo que no puedo evitar es que mis recuerdos deambulen por mi mente y se hagan con mis pensamientos, mientras mi semblante se ensombrece o se ilumina a medida que los recuerdos me suceden uno a uno y naufragan a orillas de mi dulce demencia. No quiero puertas que esperen abiertas ni miradas que miren atrás cuando mis pasos se alejen.
Delante de mí se cierne una majestuosa entrada, las puertas yacen casi abiertas de par en par y dejan traspasar entre ellas un gran haz de luz que ilumina mis sueños y mis ganas de crecer, de vivir contigo a mi lado.
El olor de las mañanas de domingo al asomarme a la ventana del país que me vio crecer, o el olor a caramelo quemado. Recuerdo de una caricia o un beso al acostarme. Recuerdo el olor a salitre del mar que baña el puerto. Recuerdo el sonido de las aves al atardecer, recuerdo el olor del desayuno en el comedor de los abuelos, recuerdos…
Olores, sabores, reducidas a sensaciones por doquier capaces de dibujar en mi rostro una sonrisa. Son con esos con los que sin duda me quedo. Mientras que éstos constituirán un pilar en mis días, los otros serán mera pisada, que el mar los borrará.
Todo se resume en un nombre, en unas manos, en unos ojos, en un rostro… En el tuyo, porque todos los caminos señalan una dirección… Te señalan a ti mi amor. Eres la inmensidad y quiero respirar en ella. Virar hacia ti el rumbo de mis pasos. Hallar mi vida rodeada por tus brazos. Construir nuestros sueños uno justo al lado del otro, sin pisarnos ni mermarnos, que se abracen un instante sí, otro también. Porque mis recuerdos son oro y van conmigo en mis bolsillos y mi mano aprieta la tuya para nunca soltarse.
τε คм๏ мî βεℓℓ๏ คм๏я (T.S.)
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